domingo, 14 de noviembre de 2010

Desde Roma... con amor (segunda parte)

Elizabeth siempre pensó que el mejor momento para estar en aquella plaza era al crepúsculo. La Piazza Navona era impresionante, era una de las plazas más famosas de la capital y la más concurrida.


Marco había aparcado la moto cerca de allí y los dos se perdieron por los estrechos callejones peatonales que les guiarían hacia el centro de la plaza. Adoraba pasear por esa zona tan medieval de la ciudad con sus edificios de colores cálidos y sus ventanas venecianas tan características de aquel lugar.
Masas de turistas caminaban en todas direcciones chocando contra ellos y parándoles constantemente para preguntarles dónde estaban diferentes sitios entorpeciéndoles el paso. Eso era algo constante cuando caminaban por allí, todo el mundo pensaba que porque vivían allí de forma constante tenían que saber toda la historia de la ciudad como si fueran guías turísticos.
Marco de repente la tomó de la mano y la obligó a seguirle corriendo sorteando a todas las personas que se cruzaban en su camino. Ella no puso ninguna objeción y le siguió corriendo protegiéndose cada vez que se chocaba contra alguna persona, pero sin dejar de reírse por todo aquello. Se sentía tan feliz…

Por fin llegaron al final de la calle para abrirse ante ellos la maravillosa plaza. Se pararon en la entrada para contemplarla, como cada tarde estaba ocupada por un montón de artistas callejeros que pintaban retratos o caricaturas o simplemente hacían espectáculos para entretener a los curiosos a cambio de unas generosas monedas.

Se adentraron en ella dejándose llevar por el ambiente bohemio que los artistas daban a esa calle. Mientras caminaban se cruzaban con diversos vendedores ambulantes que trataban de venderles objetos que saltaba a la vista su origen ilegal, artistas que exponían para todo el público sus grandes obras sobre el Coliseo romano, el río Tíber con sus múltiples puentes cruzándole o la ciudad de Florencia con su característico Puente Vecchio o tal vez retratos de personas anónimas que se habían ofrecido para ser retratados con todo lujo de detalles y, no podían faltar, turistas venidos de todas partes del mundo que contemplaban fascinados la grandeza de aquella ciudad que era historia viva.

Elizabeth contemplaba maravillada aquella explosión de vida, color y luz que tenía aquel lugar, no se cansaba de contemplar todo lo que le rodeaba para guardarlo en su memoria para siempre y para cuando estuviera lejos de allí pudiera cerrar los ojos y sentir otra vez la vitalidad y alegría de Roma.

Pero notó de repente que Marco volvía a captar su atención acercándose más a ella sacándola de sus ensoñaciones y volviéndola contra sus ojos verdes. Él la miraba intensamente y ello la puso nerviosa haciéndola reír de forma nerviosa:

- ¿Qué es tan gracioso?- preguntó él sonriendo.
- No, nada- contestó ella avergonzada.

Él no dijo nada, parecía pensativo, como si meditara sobre qué decir a continuación y eso la preocupó, ¿acaso esa cita tan perfecta finalmente iba a estropearse de una manera tan drástica? Entonces él, antes de que le diera tiempo a crearse más películas, la miró y dijo:

- ¡Elizabeth! No sé cómo voy a decirte esto sin que pienses que solamente quiero ligar contigo… Pero es que yo realmente te quiero- tomó su mano y la apretó con fuerza como para darse ánimos y prosiguió- Te quise en cuanto te vi y quise conquistarte porque te quería para mí… Eli, ti amo. ¿Querrías ser mi novia?

Ella lo miró como si no se lo pudiese creer, era el hombre por el que llevaba enamorada desde que había llegado a Roma. Se sentía tan feliz que olvidó dónde se encontraba y se lanzó a sus brazos para unir sus labios con los suyos en un arrebatador beso que le robó el aliento al italiano.

Él la correspondió con gusto y cuando se separaron se quedó mirándola sonriendo y preguntó:

- Eso es un sí, ¿verdad?

Ella sonrió y asintió firmemente, ¿cómo iba a decirle que no, si era el hombre que amaba? Ante esto, él volvió a besarla con fuerza y se quedaron abrazados en medio de la plaza sin decirse nada, hasta que:

- ¡Eli!- comenzó a susurrarle él en el oído- ¿te apetece hacer una locura?

Ella se separó para mirarle confusa y preguntó:

- ¿Qué locura?
- ¿Te apetece o no?- preguntó él una vez más.
- Sí…- dijo ella sin estar muy segura.
- Sígueme- dijo él simplemente.

Y llevándola de la mano empezó a correr en dirección a la Fuente de los Cuatro Ríos que se encontraba justo enfrente de ellos, Eli le seguía sin entender pero en cuanto vio que no tenía intención de esquivar la fuente y pensaba meterse en ella, intentó resistirse:

- ¡Marco, no!
- ¿No me dijiste que te apetecía hacer una locura?- preguntó él sin dejar de correr.
- ¡No, no quiero!- contestó ella intentando zafarse de su agarre- ¡nos van a detener!
- Tarde para arrepentirse- dijo él simplemente cuando ya habían llegado a ella.

Sin pararse ni un momento a pensar, Marco la tomó en brazos y ante la mirada estupefacta de la gente, se adentró aún con ella en el interior de las vallas protectoras en dirección a la fuente.

Pronto, el chico notó el agua fría en sus piernas, pero eso no lo hizo retroceder y siguió avanzado hasta que los chorros que caían de la fuente los empapó enteros oyendo un grito de protesta de Eli por ello, pero no le dejó quejarse más.

Sin previo aviso y bajo el agua helada, la besó con pasión con ella aún en sus brazos dejando que el agua recorriera sus cuerpos y sintiéndose mucho más pesado por ello. Ella le correspondió, era una locura lo sabía, pero se sentía bien al hacerlo porque Marco estaba junto a ella. Ya ni les importaba las voces de las demás personas que se quejaban por lo que habían hecho, ni tampoco los carabinieri que se acercaban a la fuente para sacarles de allí sin ninguna delicadeza, sólo importaban ellos juntos besándose bajo la fuente de los Cuatro Ríos demostrando que sin duda, Roma era la ciudad del amor.
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De verdad que adoro Roma... Es una ciudad mágica.

¡Muchas gracias por leerme todos! La verdad es que me siento muy bien al saber que alguien disfruta con lo que escribo.

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