miércoles, 26 de marzo de 2014

Proyecto Adictos a la Escritura: El Desafío

¡Hola! Aquí estoy de nuevo con un proyecto de Adictos llamado "El Desafío", consiste en escribir un relato a partir de un párrafo breve escrito por un compañero, que hará lo propio con el propuesto por mí. A mí me corresponde el de Ellora James que destacaré con comillas para que lo diferenciéis 
He decidido probar suerte con el género policiaco por primera; va a ser todo un reto y espero que no salga del todo desastroso. ¡Un beso!

EL REGRESO

“Sara sintió una mano sobre el hombro y volteó con brusquedad. La calle estaba oscura, faltaban varios metros para encontrarse al fin bajo el aro de luz del único farol encendido. 
El hombre que la había detenido era alto, mucho más que ella. Sus hombros anchos no le permitían ver más allá de él. Llevaba una capucha en la cabeza y su rostro estaba sumido en las sombras. Pero Sara no necesitó verlo dos veces para reconocer al mismo hombre que había descubierto observándola horas atrás, en el estacionamiento del mercado.”

Sara se encogió ante el terror de lo que hubiera de acontecer a continuación; el corazón le latía desbocado y le parecía que retumbaba su sonido por todo el callejón, la respiración se le atascó en la garganta y, paralizada, lo único que pudo hacer fue esperar a lo que vendría después.

A la mañana siguiente, el callejón de la Travesía de Panaderos era un hervidero de actividad. Desde que habían recibido a primera hora de la mañana la llamada de una histérica vecina, no habían parado de trabajar. Policías de la científica se encontraban examinando el cuerpo sin vida de una mujer tirada en medio de la vía mientras fotografiaban todo el entorno y se esperaba por la llegada del juez de guardia, que en cualquier momento se produciría.

El inspector Sánchez había llegado al lugar de los hechos hacía unos pocos minutos con la corbata torcida y el café en la mano a medio terminar. Le habían sacado de la cama de su día libre y apenas tuvo tiempo de adecentarse de forma adecuada, pero aquello lo valía.

Se acercó a la escena del crimen mientras se colocaba los guantes y bolsas para los zapatos para no contaminar nada. Estaba nervioso por lo que iba a encontrarse y tenía motivos más que suficientes para ello. 

Vio al comisario allí escuchando lo que el jefe criminalista le estaba diciendo con el semblante serio y un poco aterrorizado; decidió superar la distancia que le separaba de ellos lo más deprisa posible.
-          Jefesaludó a su superior con un gesto austero, no queriendo alargar lo inevitable.
-         Sara Lucas, de 26 años. Una vecina la encontró aquí cuando caminaba en dirección al supermercado a la vuelta de la esquinasu superior le puso al tanto de lo poco que sabían en ese momento.

El inspector la examinó de los pies a la cabeza. Estaba tirada en el suelo de costado con sus ojos sin vida vueltos en su dirección, había sido golpeada con mucha dureza y la camisa blanca estaba empapada de su propia sangre.
-          Parece ser que recibió cuatro puñaladas en el abdomen y el pecho. El responsable de todo esto le introdujo un pañuelo de papel en la boca y así pudo evitar que pudiera gritar. Ya se han encargado de ello los de la científicaprosiguió.

Pero el joven inspector le escuchaba a duras penas; en su lugar, su atención fue robada por un pequeño detalle que captó su atención. Se agachó mientras a lo lejos seguía escuchando la monótona voz de su superior y pasó una mano por la solapa de la americana negra que llevaba la chica. Arrastró la tela para separarla del suelo y se encontró con una pequeña rosa roja de plástico prendida del ojal superior de la prenda. Sus ojos se abrieron horrorizados, pero no tuvo tiempo de terminar de sacar conclusiones, cuando escuchó el cambio de tono del comisario:
-         Hay algo másdijo finalmente instándole a levantarse y acompañarle.

El inspector Sánchez se levantó, aún conmocionado con lo que había visto, pero le siguió. Trató de convencerse a sí mismo que no podía ser y que todo aquello era un malentendido y una simple coincidencia, pero todo ello quedó en vano cuando vio lo que querían mostrarle y palideció del todo.

Un poco más allá de la escena del crimen había un mensaje en una de las paredes escrito con grandes letras negras, en ellas rezaba: “Sigo observándote”; junto a ellas, una rosa dibujada de forma apresurada, pero que era fácilmente identificable.
-          ¿Qué le ocurre, Sánchez?preguntó el comisario al ver tan afectado- ¿le recuerda a algo todo esto?

No contestó. Simplemente se quedó paralizado sin despegar la vista de aquel mensaje maldito que destapaba todos sus peores temores y recuerdos del pasado. Claro que lo recordaba, ¿cómo iba a olvidar el caso del asesino de la rosa?, ¿cómo olvidar cómo apuñalaba con tal ensañamiento a sus víctimas y las abandonaba con una rosa prendida en su ropa como tarjeta de presentación?

Entonces los recuerdos que tanto había querido dejar atrás cuando pidió el traslado de destino volvieron a él de forma devastadora: el largo proceso de investigación y la posterior detención de un hombre que él sospechaba que no era el verdadero asesino, su lucha incansable porque se reabriera el caso y la obsesión que le despertó aquel enigma que provocó que toda su vida se fuera al garete.

El asesinato de Sara Lucas demostraba mucho más de lo que sus compañeros sabían; no sólo que el asesino de la rosa aún andaba suelto, sino que además sabía que él se encontraba allí. Aquello sólo había sido una forma de darle la bienvenida a su reencuentro en los infiernos.


FIN. Espero que os haya gustado mucho. ¡Un besazo y nos leemos!

miércoles, 26 de febrero de 2014

Proyecto Adictos a la Escritura: La primera frase

¡Hola! Aquí vuelvo de nueva cuenta con un nuevo proyecto. Esta vez consistía en tomar la primera frase de un libro y a partir de él, idear un relato con independencia del argumento original de la novela elegida. En mi caso he escogido la frase "Cinco, cuatro,tres, dos, uno..." de Scratch, de Fernando Lalana; un libro que me gustó más de lo que esperaba cuando me lo mandaron leer en el colegio hace ya muchos años.

¡Espero que lo disfrutéis!

CUENTA ATRÁS

Cinco, cuatro, tres, dos, uno…

¡Mierda, otra vez no podía hacerlo!

Se quedó mirando la pantalla del móvil con el número plasmado en ella sin ser capaz de pulsar el botón de llamada.

Él quería hacerlo, pero una fuerza irresistible parecía empujar su dedo pulgar lo más lejos posible del aparato. No podía hacerlo solo; necesitaba un aliciente.

Y sin dudarlo ni por un segundo; corrió al mueble bar y se sirvió el coñac de su padre sin ningún remordimiento. Lo miró un par de segundos antes de cerrar los ojos e ingerir de un solo trago aquella sustancia que hacía arder el esófago a su paso. Sacó la lengua asqueado y notó cómo le abrasaba la garganta; quizá se había pasado un poco.

Pero no dio tiempo a su cerebro a recriminarle aquel comportamiento pueril; pues decidió silenciarlo con otro trago sin apenas pensarlo un momento. No tardó en apreciar los primeros síntomas de una incipiente embriaguez.

Cuatro, tres, dos, uno…

Nada. Su conciencia, aún en pleno uso de sus facultades, le gritaba que lo que pensaba hacer era una estupidez de la cual se arrepentiría. Arrojó el móvil al sofá y se llevó las manos a la cabeza intentando sofocar las ganas inmensas que tenía de gritar de frustración. Dos tragos no habían sido suficientes; necesitaba más.

Volvió a agarrar la botella con fuerza y vertió parte del contenido una vez más en el vaso. Echó otro trago y ya no sintió nada al notar el cálido líquido bajar por su garganta. El sopor comenzó a hacer mella en él; adormeciendo además su sistema nervioso y notando el labio inferior como si de cartón se tratase.

El techo parecía girar a su alrededor y lo encontró realmente gracioso; la cabeza ladeada indómita hacia un lado y su mano no acertaba a tocarla para volverla a colocar en su lugar, el brazo le pesaba más de lo que recordaba.

Miró el teléfono que reposaba encima de un cojín y volvió a tomarlo para intentarlo otra vez. Envalentonado de forma súbita, buscó el número deseado y sólo tenía que pulsar otra vez el botón de llamada. Un simple movimiento del pulgar y esperar los tonos de llamada. Nada más.

Tres, dos, uno…

Su dedo pulgar se paralizó a escasos milímetros de la pantalla como congelado en el tiempo. Trató de pulsar de otra forma distinta, pero era imposible; el dedo permanecía de la misma forma ridícula que las veces anteriores.

Sin rendirse, está vez tomó la botella y comenzó a beber directamente de ella con una facilidad que le hubiera sorprendido minutos antes.

Echó la cabeza atrás y una imagen de ella surcó su mente. Ella, siempre tan sonriente y tan elegante; ella siempre preocupándose de él; ella y sus dulces besos… ¿Por qué la dejó marchar? Necesitaba tanto escuchar su voz, aunque sólo fuera una vez…

Dos, uno…

Volvió a bloquearse, ¿por qué era tan cobarde? De pronto, sintió cómo un sentimiento de furia y enfado nacía desde aquel nudo del estómago que no le dejaba vivir y corría por todo su cuerpo, sintiendo cómo movía sus articulaciones de forma totalmente ajena a él. Apretaba el móvil con tanta fuerza que parecía que iba a romperlo.

Uno…

Marcó. Oyó el tono de llamada y esperó con el corazón en un puño. Se llevó la mano que le quedaba libre al rostro en un vano intento de sujetarse la cabeza y deseó que no se notase mientras hablaba cómo le temblaba el labio superior. Estaba aterrorizado.

Sonido de descuelgue. No le dejó tiempo a decir palabra alguna; simplemente dejó que la cantidad de alcohol que había ingerido hablase por él y dijo:
-          ¡María! Por favor, ¡no cuelgo… quiero decir, no cuelgues!balbuceó mientras trataba de hilar frases de forma coherente antes de dejar que su lengua tomase el mando.
-         ¿Hijo?de pronto la voz que oyó le paralizó¿Qué haces llamándome a las cinco de la mañana? ¿Estás borracho?

Entonces hizo lo primero que se le pasó por la cabeza; colgar y arrojar el teléfono lo más lejos posible de él. Después, completamente hundido en su propia ebriedad, se llevó las manos a la cabeza y se dio cuenta de que se había adelantado y había pulsado el número que tenía grabado anterior al de María: el número de su madre.


No supo si fue por el alcohol o por la vergüenza por haber llamado a su madre en plena borrachera, pero de pronto una arcada le sobrevino y tuvo que correr de forma torpe hacia el baño mientras se repetía una y otra vez en su nublada mente que no volvería a probar el alcohol.
FIN

Espero que os haya gustado; por mi parte, me divertí mucho escribiéndolo. ¡Un besazo!

martes, 28 de enero de 2014

Proyecto Adictos a la Escritura: Escritura Sorpresa

¡Hola! Feliz año y todas esas cosas que no he podido decir antes. Espero que hubierais pasado unas estupendas fiestas. Estreno el blog este año 2014 con un proyecto de Adictos a la Escritura “Escritura sorpresa”, que consiste en elegir una foto y ésta trae consigo un género sobre el que debe ir la historia que, a su vez, tendrá que ver con la foto elegida. En mi caso fue el género romántico. ¡Espero que os guste!

BOULANGERIE

Boulangerie-Patisserie Marianne era una pequeña pastelería ubicada en el Barrio Latino de París, con más de cincuenta años de dedicación a la repostería francesa. Una jovencísima Marianne Fournier logró sacarla adelante en medio de una durísima posguerra que había asolado Europa tras la caída de Berlín en la Segunda Guerra Mundial. De familia pastelera, Marianne sacó partido a su amplia experiencia y devolvió a su devastada familia su sustento. Pero eso es otra historia.

Sesenta años después, Marianne Fournier murió dejando tras de sí un negocio totalmente quebrado por la crisis y un reguero de deudas que recayó sobre sus únicos descendientes: su hijo Clément y su nieta Audrey. Todo lo que la joven Fournier de la posguerra había levantado de la nada parecía haber muerto junto a ella, pero no fue así.

Audrey Fournier había heredado el espíritu luchador de su difunta abuela y la pasión por la repostería. Por lo que, reacia a abandonar aquello que tanto significó para su abuela, abandonó su carrera en arquitectura técnica y decidió tomar las riendas del maltrecho negocio. Sabía que la juventud parisina deseaba rescatar las mejores tradiciones de su patria, un tanto olvidadas por la destructiva globalización, y que los ancianos nostálgicos de aquellos “tiempos mejores” morían por rememorar.

Por ello, decidió unir en una sola carta los dos elementos más emblemáticos de su existencia: la receta más cotizada y buscada de macarons de su abuela Marianne y sus conocimientos de arquitectura que en tantos años había adquirido. Meses después, en todo París ya era otra vez recordada Boulangerie Marianne y ahora también conocida por su magnífico escaparate decorado con monumentos históricos hechos en su totalidad con macarons.

Las noticias sobre aquellas pequeñas edificaciones corrieron como la pólvora y todos acudían a esa discreta calle cerca de Place Saint Michel sólo para descubrir qué nuevas obras encontrarían esperándoles. Bien podían encontrarse con la torre Eiffel, la catedral de Notre Dame o la Sagrada Familia de Barcelona; cada semana aparecían nuevas figuras para que los clientes no la olvidasen tan deprisa.

Audrey solía encerrarse en la parte trasera de la tienda a realizar sus obras mientras dos dependientas atendían el negocio de cara al público. Pero esa semana, después de un año de escrupuloso cumplimiento con su escaparate, iba a hacer una excepción y no construiría ninguna figura. Tenía otra cosa en mente y debía ser perfecto, así que mientras escuchaba el trasiego de los clientes al otro lado de la tienda, echaba un tercer vistazo a un trozo de papel que tenía pegado en la campana de su cocina y añadía el colorante a un recipiente. Ya tenía casi todo terminado y no podía esperar a que llegara la hora de cerrar.

Cuando su deseo se cumplió, se encontraba despidiéndose de sus dependientas mientras ella se afanaba por ordenar el nuevo escaparate; unas cortinas opacas bloqueaban la vista del exterior porque sabía que su cambio de escaparate se había convertido en todo un espectáculo para los viandantes. Consultó su reloj y sacó de su bolso un pequeño espejo para ver si todo en ella seguía en orden, justo en ese momento la campanita que daba la bienvenida a su establecimiento sonó. Él ya había llegado.

Se volvió hacia la puerta y sonrió; él le devolvió la sonrisa con la misma intensidad. Frédéric era su novio desde hacía un año y cada día que pasaba junto a él sentía que sus sentimientos eran tan intensos como la primera vez. Él dejó el casco de su moto en el mostrador y se acercó a ella para saludarla con un largo beso. Nunca se cansaría de su forma de besarla.
-         Bueno, ¿y a qué se debe que me hayas hecho venir hasta aquí? ¿Quieres torturarme?
-         Tengo una sorpresa para ticontestó ella sonriendo y añadió. ¿Aún recuerdas cómo nos conocimos?

Vio cómo asentía y notó que sus ojos brillaban al recordarlo. Ella le besó otra vez antes de deshacerse de sus brazos y acercarse al escaparate. Tomó entre sus manos una bandeja que había tapado y la descubrió ante sus ojos. Vio cómo el rostro le cambiaba de un gesto de expectación al de la pura sorpresa y ello le hizo sonreír. Pero no pudo pensar en nada más porque fue repentinamente apretada contra sus brazos y se encontró en el aire dando vueltas sólo sujetada por él.
-          ¿Lo has hecho por mí? ¡Gracias, gracias! ¡Te quiero!

Ella le ordenaba entre risas que la soltase por miedo a que la bandeja perdiese el equilibrio y se cayese al suelo, pero entendía su alegría.

Recordaba también cómo se conocieron. Había sido un día que ella había sorprendido con una figura de la pirámide de Keops hecha con macarons y él había ido hasta allí en calidad de reportero de un programa de sociedad de la televisión pública. La entrevistó y congeniaron al instante, pero cuando ella le ofreció uno de sus famosos macarons, rehusó y, con mucho pesar, le confesó que era celiaco y que solo podía mantener una dieta sin gluten para poder encontrarse sano.

Aquello siempre les dolió a ambos, ya que sentían que era una barrera que los impedía congeniar del todo. Pero entonces descubrió que en varios supermercados comenzaban a comercializar cientos de alimentos sin gluten, así que decidió cambiar ligeramente la receta de su abuela para poder crear la primera partida de macarons y otros dulces sin gluten que vendería a partir de ese día; al día siguiente a primera hora, los parisinos encontrarían su escaparate lleno de bandejas de dulces sin gluten y una invitación a probarlos gratis a todo el que gustase.

No se había dado cuenta hasta que vio a Frédéric probar uno de los macarons que había vuelto a conseguir unir dos aspectos importantes de su vida en uno solo: su amor por su pastelería y el que sentía por Frédéric.


FIN. Tuve mucha suerte al elegir la foto, ya que el género que me tocó fue el romántico y no me costó nada que se me ocurriera algo decente. La verdad es que no sé muy bien cómo se escribe el nombre de estos dulces franceses, pero para no crear confusión con los macarrones, he decidido escribirlo así. Espero que os haya gustado. ¡Un besazo!