miércoles, 26 de febrero de 2014

Proyecto Adictos a la Escritura: La primera frase

¡Hola! Aquí vuelvo de nueva cuenta con un nuevo proyecto. Esta vez consistía en tomar la primera frase de un libro y a partir de él, idear un relato con independencia del argumento original de la novela elegida. En mi caso he escogido la frase "Cinco, cuatro,tres, dos, uno..." de Scratch, de Fernando Lalana; un libro que me gustó más de lo que esperaba cuando me lo mandaron leer en el colegio hace ya muchos años.

¡Espero que lo disfrutéis!

CUENTA ATRÁS

Cinco, cuatro, tres, dos, uno…

¡Mierda, otra vez no podía hacerlo!

Se quedó mirando la pantalla del móvil con el número plasmado en ella sin ser capaz de pulsar el botón de llamada.

Él quería hacerlo, pero una fuerza irresistible parecía empujar su dedo pulgar lo más lejos posible del aparato. No podía hacerlo solo; necesitaba un aliciente.

Y sin dudarlo ni por un segundo; corrió al mueble bar y se sirvió el coñac de su padre sin ningún remordimiento. Lo miró un par de segundos antes de cerrar los ojos e ingerir de un solo trago aquella sustancia que hacía arder el esófago a su paso. Sacó la lengua asqueado y notó cómo le abrasaba la garganta; quizá se había pasado un poco.

Pero no dio tiempo a su cerebro a recriminarle aquel comportamiento pueril; pues decidió silenciarlo con otro trago sin apenas pensarlo un momento. No tardó en apreciar los primeros síntomas de una incipiente embriaguez.

Cuatro, tres, dos, uno…

Nada. Su conciencia, aún en pleno uso de sus facultades, le gritaba que lo que pensaba hacer era una estupidez de la cual se arrepentiría. Arrojó el móvil al sofá y se llevó las manos a la cabeza intentando sofocar las ganas inmensas que tenía de gritar de frustración. Dos tragos no habían sido suficientes; necesitaba más.

Volvió a agarrar la botella con fuerza y vertió parte del contenido una vez más en el vaso. Echó otro trago y ya no sintió nada al notar el cálido líquido bajar por su garganta. El sopor comenzó a hacer mella en él; adormeciendo además su sistema nervioso y notando el labio inferior como si de cartón se tratase.

El techo parecía girar a su alrededor y lo encontró realmente gracioso; la cabeza ladeada indómita hacia un lado y su mano no acertaba a tocarla para volverla a colocar en su lugar, el brazo le pesaba más de lo que recordaba.

Miró el teléfono que reposaba encima de un cojín y volvió a tomarlo para intentarlo otra vez. Envalentonado de forma súbita, buscó el número deseado y sólo tenía que pulsar otra vez el botón de llamada. Un simple movimiento del pulgar y esperar los tonos de llamada. Nada más.

Tres, dos, uno…

Su dedo pulgar se paralizó a escasos milímetros de la pantalla como congelado en el tiempo. Trató de pulsar de otra forma distinta, pero era imposible; el dedo permanecía de la misma forma ridícula que las veces anteriores.

Sin rendirse, está vez tomó la botella y comenzó a beber directamente de ella con una facilidad que le hubiera sorprendido minutos antes.

Echó la cabeza atrás y una imagen de ella surcó su mente. Ella, siempre tan sonriente y tan elegante; ella siempre preocupándose de él; ella y sus dulces besos… ¿Por qué la dejó marchar? Necesitaba tanto escuchar su voz, aunque sólo fuera una vez…

Dos, uno…

Volvió a bloquearse, ¿por qué era tan cobarde? De pronto, sintió cómo un sentimiento de furia y enfado nacía desde aquel nudo del estómago que no le dejaba vivir y corría por todo su cuerpo, sintiendo cómo movía sus articulaciones de forma totalmente ajena a él. Apretaba el móvil con tanta fuerza que parecía que iba a romperlo.

Uno…

Marcó. Oyó el tono de llamada y esperó con el corazón en un puño. Se llevó la mano que le quedaba libre al rostro en un vano intento de sujetarse la cabeza y deseó que no se notase mientras hablaba cómo le temblaba el labio superior. Estaba aterrorizado.

Sonido de descuelgue. No le dejó tiempo a decir palabra alguna; simplemente dejó que la cantidad de alcohol que había ingerido hablase por él y dijo:
-          ¡María! Por favor, ¡no cuelgo… quiero decir, no cuelgues!balbuceó mientras trataba de hilar frases de forma coherente antes de dejar que su lengua tomase el mando.
-         ¿Hijo?de pronto la voz que oyó le paralizó¿Qué haces llamándome a las cinco de la mañana? ¿Estás borracho?

Entonces hizo lo primero que se le pasó por la cabeza; colgar y arrojar el teléfono lo más lejos posible de él. Después, completamente hundido en su propia ebriedad, se llevó las manos a la cabeza y se dio cuenta de que se había adelantado y había pulsado el número que tenía grabado anterior al de María: el número de su madre.


No supo si fue por el alcohol o por la vergüenza por haber llamado a su madre en plena borrachera, pero de pronto una arcada le sobrevino y tuvo que correr de forma torpe hacia el baño mientras se repetía una y otra vez en su nublada mente que no volvería a probar el alcohol.
FIN

Espero que os haya gustado; por mi parte, me divertí mucho escribiéndolo. ¡Un besazo!