martes, 17 de enero de 2017

Proyecto adictos a la escritura enero 2017: Invierno

¡Hola! Cuánto tiempo de publicar en este blog, pero me alegra volver a revivirlo con otro proyecto nuevo de Adictos a la Escritura. Espero que os guste. ¡Un saludo!

Leningrado, febrero de 1943

Nunca pensó que pudiera existir un frío peor que el de los inviernos de Salamanca. Recordaba aquéllos -de adolescente-, durante las largas noches de incertidumbres y cortes de luz que se sucedieron en la interminable guerra de España, en los que apenas pegaba ojo incapaz de pensar en otra cosa más que en el dolor que le producían sus extremidades congeladas. ¡Cómo desearía en ese momento encontrarse bajo sus mantas de lana ovina soportando aquellas temperaturas!

Aquel frío ruso era diferente. Era como una dura losa que golpeaba con fuerza cada uno de sus agotados huesos y congelaba al instante cualquier miembro de su cuerpo que pudiera quedar a su merced. Jamás, en sus veintidós años de existencia, había sentido algo tan insoportable.

Sacudió la cabeza, espantando la añoranza y la desesperación, concentrándose en su cometido. Tenía que hacer guardia aquella noche, no podía permitir que los rojos soviéticos volviesen a ganar aquel territorio. Ningún compañero más moriría en ningún otro asalto de aquellos perros.

Con aquella determinación renovando sus fuerzas, se concentró en la fogata casi extinta que tenía a sus pies. Había sido incapaz de mantenerla viva por más tiempo, con aquellas temperaturas era una misión completamente imposible y se preguntó a cuántos grados podrían encontrarse, ¿veinte, treinta
grados bajo cero? ¿o podrían ser menos? Pensar en algo así le llenaba de un profundo desasosiego.

Frotó sus manos con fuerza tratando de mantenerlas calientes y se pegó a las ascuas de su hoguera, desesperado por un poco de calor. Cada músculo de su cuerpo era un tormento para él y la manta que, de forma desdeñosa, le había lanzado uno de los oficiales era completamente insuficiente. Si, al menos, contase con unas botas que no estuvieran rotas.

“Por Dios y por España”, aquella consigna resonó con fuerza en su cabeza y, sin darse cuenta, evocó los días en los que decidió alistarse como voluntario para combatir en la guerra europea. Dos años atrás, apenas contaba con veinte años y se había sentido como un héroe ante sus compañeros de la Falange. Recordó el día de la partida. Los madrileños habían acudido a verles marchar y todo eran
cánticos y proclamas a los valientes combatientes. Su madre y su hermano pequeño estaban allí también; ella orgullosa y encomendándole a todos los santos su guardia y protección, su hermano mirándole silencioso y percibiendo él una nota de envidia por ser un héroe nacional. Su padre, por
otro lado, no se encontraba allí.

Éste, general del ejército nacional y héroe de guerra, se había mostrado en contra de aquella división que habían formado para ayudar a las fuerzas del Eje, para sorpresa de todos.

—No tienes ni idea de lo que es combatir en una guerra— le había dicho éste cuando le exigió una explicación por su conducta—. No sois más que una panda de niñatos que quiere jugar a la guerra.

—Sé muy bien lo que es, padre—le había increpado ofendido y enfadado-. Ya no soy un crío, amo a mi país y quiero defenderlo del enemigo comunista.

—Ni siquiera sabes lo que es un comunista y apenas sabes situar Rusia en un mapa—le había contestado con un deje irónico en su voz—. ¿Qué coño vas a hacer tú allí? Esa no es tu guerra. No
seas estúpido.

No le había contestado y después de aquello, no había vuelto a hablar con él y se había marchado al frente sin haberlo arreglado. En ese momento, deseaba no haber sabido nunca situar Rusia en un mapa.

Notó ardor en los ojos y, en la soledad de su guardia, hubiera dado rienda suelta a su miedo y al deseo de volver a casa llorando como un niño. Pero no podía, seguramente sus lágrimas se congelarían incluso antes de salir de sus ojos.

Sintió, de pronto, sus piernas entumecidas y una oleada de pánico le asoló. No quería morir allí, solo y envuelto en los harapos que un día fueron un uniforme del ejército nazi, pero sus piernas ya no le respondían.

A pesar del pánico, su cuerpo apenas le obedecía. Su hoguera había terminado por rendirse y su cabeza comenzaba a pesarle, como si también hubiese deseado entregarse a la evidencia de su inminente muerte. Tenía sueño, demasiado.

Decidió acurrucarse contra las cenizas de su pira y se abrazó a su cuerpo en busca de un cierto consuelo a su desamparo. Llevó su mano al cuello y agarró con fuerza la cadena de oro de la virgen de los Remedios que le había regalado su madre aplastándola contra su pecho.

Pensó en su familia mientras su cuerpo se abandonaba al dulce descanso eterno y, en silencio, les pidió perdón por haberles fallado en la única promesa que se había hecho antes de marchar: volver a España con ellos.

Aún con su último aliento de vida, rememoró el último verano en su amada patria después de años de cruenta guerra y, por primera vez desde que llegó a aquel lugar, fue realmente feliz.

FIN.
Espero que haya sido de vuestro agrado. Os espero en los comentarios. Un beso.

7 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho! Hacía mucho que no leía un relato histórico, además muy bien escrito. Gracias! Saludos

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  2. Me ha gustado mucho, bien logrado.

    Saludos!

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  3. Me gustó mucho tu relato y tu forma de escribir. Me suscribo a tu blog! Un beso.

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  4. Me ha llegado al corazón la pena de este inexperto soldado. ¡Cuantos casos habrá así! Muy bien narrado. Un beso

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  5. ¡Es un contexto muy interesante el que has elegido! Además, se lee del tirón.

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  6. Aunque duele, esta historia me recuerda que "hay que atender a la voz de la experiencia".

    Esa frase de cierre quedó agradable de leer, pero muy triste.

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  7. ¡Cielos! Si que me ha llegado la historia al corazón. Te ha quedado muy bien.
    Saludos.

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