Aquel día sería uno de los más especiales de todos los que llevaba viviendo allí, y eso contando con que la capital italiana siempre brindaba a sus habitantes con un nuevo y especial día distinto al anterior.
Pero ese mismo día sí que era el más especial de todos y sólo de pensar en el motivo por el cual lo era hacía que sus ojos oscuros brillaran de emoción, tendría una cita con Marco… el chico romano del que llevaba enamorada desde que había llegado a Roma ocho meses atrás.
Elizabeth miraba una y otra vez su armario sin decidirse del todo, cualquier cosa que veía mientras pasaba la ropa de un lado a otro le parecía poco adecuado para aquella ocasión tan esperada… ¿Por qué no le hizo caso a su amiga aquella vez que le había recomendado que se comprase aquel hermoso vestido veraniego? ¿o por qué cuando iba de compras no había decidido mirar zapatos más bonitos y elegantes?
Se llevó las manos a la cabeza intentando pensar sin dejarse llevar por el pánico de la situación, seguro que algo más habría en ese pequeño armario que pudiera servirle… y de pronto lo vio, un vestido blanco de volantes con el tirante fino por encima de la rodilla que se había comprado nada más que había llegado a la ciudad, era el vestido ideal.
Lo tomó de la percha y lo arrojó sobre la cama para empezar a desvestirse y acto seguido ponérselo temiendo mirarse en el espejo y ver que no conseguía el resultado que ella esperaba. Pero en cuanto su reflejo le devolvió la mirada, el resultado la satisfizo tanto que no podía creerse que no se lo hubiese puesto antes, aquel sencillo vestido blanco realzaba su figura delgada y contrastaba con su piel tostada y su cabello castaño claro que ahora caía en cascada por su cuerpo.
Acto seguido se dio cuenta de que podía combinarlo perfectamente con sus sandalias romanas marrones y una pamela blanca que una amiga le había regalado antes de venirse a este lugar.
Estaba que no cabía en sí de felicidad, aquello no podría empeorarse después del descubrimiento de ese vestido blanco y empezó a arreglarse con mucha más ilusión que antes.
Al rato, oyó el timbre de su puerta y sin mediar segundo alguno, corrió hacia la ventana y la abrió de par en par sintiendo de repente el olor envolvente de rosas que tenía en su balcón y el sonido de unos niños que allí mismo jugaban entretenidos… pero su atención fue desviada hacia otra persona, un chico que no pasaba la veintena, alto de piel bronceada que la miraba desde abajo con sus ojos verdosos y que sonreía abiertamente llevándose una mano a sus rizos oscuros. A su lado tenía la ya famosa moto vespa de color verde claro y él tenía en su mano una gran rosa roja envuelta en un precioso papel blanco… Sintió que moriría de amor ante esa visión.
- ¡Eli!- la llamó él alegremente sin dejar de sonreír- ¡Baja!
- Ahora voy Marco- contestó ella volviendo a meterse en el interior de casa.
Recogió todo lo que tenía que llevarse y se abalanzó a la puerta de salida para luego bajar corriendo las viejas escaleras del edificio casi llevándose por delante a una mujer que subía las escaleras que se quedó mirándola anonadada intentando averiguar cuál sería el motivo de tanta prisa.
Pronto llegó a la puerta de salida del edificio y se encontró con la calle adoquinada de su estrecha calle y es que vivir en la zona medieval de la ciudad era lo que tenía, sus calles eran estrechas por donde apenas podría caber un coche junto con unas edificaciones de colores alegres y llamativos con grandes balcones inundados de flores de diferentes colores que alegraban el lugar y parecían atraer a turistas porque cada vez que pasaba por allí miraban a los balcones frondosos con devoción y maravilla.
Ella miró al chico que tenían enfrente con una rosa en la mano, de repente se sintió insegura dudando hasta de lo que había elegido para salir con él. Le miró y vio que ese día estaba vestido con una camisa de lino blanca y unos pantalones de color arena de la misma tela resaltando aún más su tez bronceada y sus ojos verdes. Ella se ruborizó al verlo, estaba más guapo que nunca y bajó la mirada avergonzada.
Pero él de repente se acercó a ella y la obligó a mirarle a los ojos levantando su barbilla con un par de dedos y la dijo con su típico acento italiano:
- ¡Ciao bella! ¡Estás preciosa!
Eli pudo ver en sus ojos que no mentía, que de verdad pensaba lo que decía y no pudo sostener su profunda mirada durante más tiempo porque sentía que el rubor volvía a adueñarse de sus mejillas y apartaba su mirada avergonzada por ese hecho.
De repente, Marco volvió a obligarla a mirarle a la cara y se inclinó hacia ella para robarle un delicado beso en los labios. Eli se quedó parada, al sentir sus labios notó que algo nacía en su interior, una agradable y nueva sensación que invadía su cuerpo inundándolo de un calor intenso… porque ¡oh dios! cuanto había deseado aquello…
Tras ese beso espontáneo, Marco volvió a sonreír y le mostró dónde se encontraba aparcada su vespa invitándola con su mano derecha a montar, ella aceptó sin dudar ni un segundo. Montada en esa vespa junto a ese chico que tanto le atraía le hacía sentirse como Audrey Hepburn en Vacaciones en Roma… pensaba disfrutar de ese momento como nunca
Un buen comienzo para tu blog. Bonito relato. Espero que sea el primero de una larga lista. Te sigo y así estaré informado de tus publicaciones.
ResponderEliminar;-)
Qué hermoso:D
ResponderEliminarMe dejasta con ganas de más...
Te sigo y te he afiliado, pásate por mi rincón, y espero que te guste...
kisses...