¡Hola! Cuánto tiempo de publicar en este blog, pero me alegra volver a revivirlo con otro proyecto nuevo de Adictos a la Escritura. Espero que os guste. ¡Un saludo!
Leningrado, febrero de 1943
Nunca pensó que pudiera existir un frío peor que el de los inviernos de Salamanca. Recordaba aquéllos -de adolescente-, durante las largas noches de incertidumbres y cortes de luz que se sucedieron en la interminable guerra de España, en los que apenas pegaba ojo incapaz de pensar en otra cosa más que en el dolor que le producían sus extremidades congeladas. ¡Cómo desearía en ese momento encontrarse bajo sus mantas de lana ovina soportando aquellas temperaturas!
Aquel frío ruso era diferente. Era como una dura losa que golpeaba con fuerza cada uno de sus agotados huesos y congelaba al instante cualquier miembro de su cuerpo que pudiera quedar a su merced. Jamás, en sus veintidós años de existencia, había sentido algo tan insoportable.
Sacudió la cabeza, espantando la añoranza y la desesperación, concentrándose en su cometido. Tenía que hacer guardia aquella noche, no podía permitir que los rojos soviéticos volviesen a ganar aquel territorio. Ningún compañero más moriría en ningún otro asalto de aquellos perros.
Con aquella determinación renovando sus fuerzas, se concentró en la fogata casi extinta que tenía a sus pies. Había sido incapaz de mantenerla viva por más tiempo, con aquellas temperaturas era una misión completamente imposible y se preguntó a cuántos grados podrían encontrarse, ¿veinte, treinta
grados bajo cero? ¿o podrían ser menos? Pensar en algo así le llenaba de un profundo desasosiego.
Frotó sus manos con fuerza tratando de mantenerlas calientes y se pegó a las ascuas de su hoguera, desesperado por un poco de calor. Cada músculo de su cuerpo era un tormento para él y la manta que, de forma desdeñosa, le había lanzado uno de los oficiales era completamente insuficiente. Si, al menos, contase con unas botas que no estuvieran rotas.
“Por Dios y por España”, aquella consigna resonó con fuerza en su cabeza y, sin darse cuenta, evocó los días en los que decidió alistarse como voluntario para combatir en la guerra europea.
Dos años atrás, apenas contaba con veinte años y se había sentido como un héroe ante sus compañeros de la Falange. Recordó el día de la partida. Los madrileños habían acudido a verles marchar y todo eran
cánticos y proclamas a los valientes combatientes. Su madre y su hermano pequeño estaban allí también; ella orgullosa y encomendándole a todos los santos su guardia y protección, su hermano mirándole silencioso y percibiendo él una nota de envidia por ser un héroe nacional. Su padre, por
otro lado, no se encontraba allí.
Éste, general del ejército nacional y héroe de guerra, se había mostrado en contra de aquella división que habían formado para ayudar a las fuerzas del Eje, para sorpresa de todos.
—No tienes ni idea de lo que es combatir en una guerra— le había dicho éste cuando le exigió una explicación por su conducta—. No sois más que una panda de niñatos que quiere jugar a la guerra.
—Sé muy bien lo que es, padre—le había increpado ofendido y enfadado-. Ya no soy un crío, amo a mi país y quiero defenderlo del enemigo comunista.
—Ni siquiera sabes lo que es un comunista y apenas sabes situar Rusia en un mapa—le había contestado con un deje irónico en su voz—. ¿Qué coño vas a hacer tú allí? Esa no es tu guerra. No
seas estúpido.
No le había contestado y después de aquello, no había vuelto a hablar con él y se había marchado al frente sin haberlo arreglado. En ese momento, deseaba no haber sabido nunca situar Rusia en un mapa.
Notó ardor en los ojos y, en la soledad de su guardia, hubiera dado rienda suelta a su miedo y al deseo de volver a casa llorando como un niño. Pero no podía, seguramente sus lágrimas se congelarían incluso antes de salir de sus ojos.
Sintió, de pronto, sus piernas entumecidas y una oleada de pánico le asoló. No quería morir allí, solo y envuelto en los harapos que un día fueron un uniforme del ejército nazi, pero sus piernas ya no le respondían.
A pesar del pánico, su cuerpo apenas le obedecía. Su hoguera había terminado por rendirse y su cabeza comenzaba a pesarle, como si también hubiese deseado entregarse a la evidencia de su inminente muerte.
Tenía sueño, demasiado.
Decidió acurrucarse contra las cenizas de su pira y se abrazó a su cuerpo en busca de un cierto consuelo a su desamparo. Llevó su mano al cuello y agarró con fuerza la cadena de oro de la virgen de los Remedios que le había regalado su madre aplastándola contra su pecho.
Pensó en su familia mientras su cuerpo se abandonaba al dulce descanso eterno y, en silencio, les pidió perdón por haberles fallado en la única promesa que se había hecho antes de marchar: volver a España con ellos.
Aún con su último aliento de vida, rememoró el último verano en su amada patria después de años de cruenta guerra y, por primera vez desde que llegó a aquel lugar, fue realmente feliz.
FIN.
Espero que haya sido de vuestro agrado. Os espero en los comentarios. Un beso.
martes, 17 de enero de 2017
miércoles, 26 de marzo de 2014
Proyecto Adictos a la Escritura: El Desafío
¡Hola! Aquí estoy de nuevo con un proyecto de Adictos llamado "El Desafío", consiste en escribir un relato a partir de un párrafo breve escrito por un compañero, que hará lo propio con el propuesto por mí. A mí me corresponde el de Ellora James que destacaré con comillas para que lo diferenciéis
He decidido probar suerte con el género policiaco por primera; va a ser
todo un reto y espero que no salga del todo desastroso. ¡Un beso!
EL REGRESO
“Sara sintió una mano sobre el hombro y volteó con brusquedad. La
calle estaba oscura, faltaban varios metros para encontrarse al fin bajo el aro
de luz del único farol encendido.
El hombre que la había detenido era alto, mucho más que ella. Sus hombros anchos no le permitían ver más allá de él. Llevaba una capucha en la cabeza y su rostro estaba sumido en las sombras. Pero Sara no necesitó verlo dos veces para reconocer al mismo hombre que había descubierto observándola horas atrás, en el estacionamiento del mercado.”
El hombre que la había detenido era alto, mucho más que ella. Sus hombros anchos no le permitían ver más allá de él. Llevaba una capucha en la cabeza y su rostro estaba sumido en las sombras. Pero Sara no necesitó verlo dos veces para reconocer al mismo hombre que había descubierto observándola horas atrás, en el estacionamiento del mercado.”
Sara se encogió ante el terror de lo que hubiera de acontecer a
continuación; el corazón le latía desbocado y le parecía que retumbaba su
sonido por todo el callejón, la respiración se le atascó en la garganta y,
paralizada, lo único que pudo hacer fue esperar a lo que vendría después.
A la mañana siguiente, el callejón de la Travesía de Panaderos era un
hervidero de actividad. Desde que habían recibido a primera hora de la mañana
la llamada de una histérica vecina, no habían parado de trabajar. Policías de
la científica se encontraban examinando el cuerpo sin vida de una mujer tirada
en medio de la vía mientras fotografiaban todo el entorno y se esperaba por la
llegada del juez de guardia, que en cualquier momento se produciría.
El inspector Sánchez había llegado al lugar de los hechos hacía unos
pocos minutos con la corbata torcida y el café en la mano a medio terminar. Le
habían sacado de la cama de su día libre y apenas tuvo tiempo de adecentarse de
forma adecuada, pero aquello lo valía.
Se acercó a la escena del crimen mientras se colocaba los guantes y
bolsas para los zapatos para no contaminar nada. Estaba nervioso por lo que iba
a encontrarse y tenía motivos más que suficientes para ello.
Vio al comisario
allí escuchando lo que el jefe criminalista le estaba diciendo con el semblante
serio y un poco aterrorizado; decidió superar la distancia que le separaba de
ellos lo más deprisa posible.
- —Jefe—saludó a su superior con un gesto
austero, no queriendo alargar lo inevitable.
- —Sara Lucas, de 26 años. Una vecina la
encontró aquí cuando caminaba en dirección al supermercado a la vuelta de la
esquina—su superior le puso al tanto de lo poco que sabían en ese momento.
El inspector la examinó
de los pies a la cabeza. Estaba tirada en el suelo de costado con sus ojos sin
vida vueltos en su dirección, había sido golpeada con mucha dureza y la camisa
blanca estaba empapada de su propia sangre.
- —Parece ser que recibió cuatro puñaladas
en el abdomen y el pecho. El responsable de todo esto le introdujo un pañuelo
de papel en la boca y así pudo evitar que pudiera gritar. Ya se han encargado
de ello los de la científica—prosiguió.
Pero el joven inspector
le escuchaba a duras penas; en su lugar, su atención fue robada por un pequeño
detalle que captó su atención. Se agachó mientras a lo lejos seguía escuchando
la monótona voz de su superior y pasó una mano por la solapa de la americana
negra que llevaba la chica. Arrastró la tela para separarla del suelo y se
encontró con una pequeña rosa roja de plástico prendida del ojal superior de la
prenda. Sus ojos se abrieron horrorizados, pero no tuvo tiempo de terminar de
sacar conclusiones, cuando escuchó el cambio de tono del comisario:
- —Hay algo más—dijo finalmente instándole
a levantarse y acompañarle.
El inspector Sánchez se
levantó, aún conmocionado con lo que había visto, pero le siguió. Trató de
convencerse a sí mismo que no podía ser y que todo aquello era un malentendido
y una simple coincidencia, pero todo ello quedó en vano cuando vio lo que querían
mostrarle y palideció del todo.
Un poco más allá de la
escena del crimen había un mensaje en una de las paredes escrito con grandes letras
negras, en ellas rezaba: “Sigo observándote”; junto a ellas, una rosa dibujada
de forma apresurada, pero que era fácilmente identificable.
- —¿Qué le ocurre, Sánchez?—preguntó el
comisario al ver tan afectado- ¿le recuerda a algo todo esto?
No contestó.
Simplemente se quedó paralizado sin despegar la vista de aquel mensaje maldito
que destapaba todos sus peores temores y recuerdos del pasado. Claro que lo
recordaba, ¿cómo iba a olvidar el caso del asesino de la rosa?, ¿cómo olvidar
cómo apuñalaba con tal ensañamiento a sus víctimas y las abandonaba con una
rosa prendida en su ropa como tarjeta de presentación?
Entonces los recuerdos
que tanto había querido dejar atrás cuando pidió el traslado de destino
volvieron a él de forma devastadora: el largo proceso de investigación y la
posterior detención de un hombre que él sospechaba que no era el verdadero
asesino, su lucha incansable porque se reabriera el caso y la obsesión que le
despertó aquel enigma que provocó que toda su vida se fuera al garete.
El asesinato de Sara
Lucas demostraba mucho más de lo que sus compañeros sabían; no sólo que el
asesino de la rosa aún andaba suelto, sino que además sabía que él se
encontraba allí. Aquello sólo había sido una forma de darle la bienvenida a su
reencuentro en los infiernos.
FIN. Espero que os haya
gustado mucho. ¡Un besazo y nos leemos!
miércoles, 26 de febrero de 2014
Proyecto Adictos a la Escritura: La primera frase
¡Hola! Aquí vuelvo de nueva cuenta con un nuevo proyecto. Esta vez consistía en tomar la primera frase de un libro y a partir de él, idear un relato con independencia del argumento original de la novela elegida. En mi caso he escogido la frase "Cinco, cuatro,tres, dos, uno..." de Scratch, de Fernando Lalana; un libro que me gustó más de lo que esperaba cuando me lo mandaron leer en el colegio hace ya muchos años.
¡Espero que lo disfrutéis!
Cinco,
cuatro, tres, dos, uno…
¡Mierda, otra vez no
podía hacerlo!
Se quedó mirando la
pantalla del móvil con el número plasmado en ella sin ser capaz de pulsar el
botón de llamada.
Él quería hacerlo, pero
una fuerza irresistible parecía empujar su dedo pulgar lo más lejos posible del
aparato. No podía hacerlo solo; necesitaba un aliciente.
Y sin dudarlo ni por un
segundo; corrió al mueble bar y se sirvió el coñac de su padre sin ningún
remordimiento. Lo miró un par de segundos antes de cerrar los ojos e ingerir de
un solo trago aquella sustancia que hacía arder el esófago a su paso. Sacó la
lengua asqueado y notó cómo le abrasaba la garganta; quizá se había pasado un
poco.
Pero no dio tiempo a su
cerebro a recriminarle aquel comportamiento pueril; pues decidió silenciarlo con
otro trago sin apenas pensarlo un momento. No tardó en apreciar los primeros
síntomas de una incipiente embriaguez.
Cuatro,
tres, dos, uno…
Nada. Su conciencia,
aún en pleno uso de sus facultades, le gritaba que lo que pensaba hacer era una
estupidez de la cual se arrepentiría. Arrojó el móvil al sofá y se llevó las
manos a la cabeza intentando sofocar las ganas inmensas que tenía de gritar de
frustración. Dos tragos no habían sido suficientes; necesitaba más.
Volvió a agarrar la
botella con fuerza y vertió parte del contenido una vez más en el vaso. Echó
otro trago y ya no sintió nada al notar el cálido líquido bajar por su
garganta. El sopor comenzó a hacer mella en él; adormeciendo además su sistema
nervioso y notando el labio inferior como si de cartón se tratase.
El techo parecía girar
a su alrededor y lo encontró realmente gracioso; la cabeza ladeada indómita
hacia un lado y su mano no acertaba a tocarla para volverla a
colocar en su lugar, el brazo le pesaba más de lo que recordaba.
Miró el teléfono que
reposaba encima de un cojín y volvió a tomarlo para intentarlo otra vez.
Envalentonado de forma súbita, buscó el número deseado y sólo tenía que pulsar
otra vez el botón de llamada. Un simple movimiento del pulgar y esperar los
tonos de llamada. Nada más.
Tres,
dos, uno…
Su dedo pulgar se
paralizó a escasos milímetros de la pantalla como congelado en el tiempo. Trató
de pulsar de otra forma distinta, pero era imposible; el dedo permanecía de la
misma forma ridícula que las veces anteriores.
Sin rendirse, está vez
tomó la botella y comenzó a beber directamente de ella con una facilidad que le
hubiera sorprendido minutos antes.
Echó la cabeza atrás y
una imagen de ella surcó su mente. Ella, siempre tan sonriente y tan elegante;
ella siempre preocupándose de él; ella y sus dulces besos… ¿Por qué la dejó
marchar? Necesitaba tanto escuchar su voz, aunque sólo fuera una vez…
Dos,
uno…
Volvió a bloquearse,
¿por qué era tan cobarde? De pronto, sintió cómo un sentimiento de furia y
enfado nacía desde aquel nudo del estómago que no le dejaba vivir y corría por
todo su cuerpo, sintiendo cómo movía sus articulaciones de forma totalmente
ajena a él. Apretaba el móvil con tanta fuerza que parecía que iba a romperlo.
Uno…
Marcó. Oyó el tono de
llamada y esperó con el corazón en un puño. Se llevó la mano que le quedaba
libre al rostro en un vano intento de sujetarse la cabeza y deseó que no se
notase mientras hablaba cómo le temblaba el labio superior. Estaba aterrorizado.
Sonido de descuelgue.
No le dejó tiempo a decir palabra alguna; simplemente dejó que la cantidad de
alcohol que había ingerido hablase por él y dijo:
- —¡María! Por favor, ¡no cuelgo… quiero
decir, no cuelgues!—balbuceó mientras trataba de hilar frases de forma
coherente antes de dejar que su lengua tomase el mando.
- —¿Hijo?—de pronto la voz que oyó le
paralizó—¿Qué haces llamándome a las cinco de la mañana? ¿Estás borracho?
Entonces hizo lo
primero que se le pasó por la cabeza; colgar y arrojar el teléfono lo más lejos
posible de él. Después, completamente hundido en su propia ebriedad, se llevó
las manos a la cabeza y se dio cuenta de que se había adelantado y había
pulsado el número que tenía grabado anterior al de María: el número de su
madre.
No supo si fue por el alcohol
o por la vergüenza por haber llamado a su madre en plena borrachera, pero de
pronto una arcada le sobrevino y tuvo que correr de forma torpe hacia el baño
mientras se repetía una y otra vez en su nublada mente que no volvería a probar
el alcohol.
FIN
Espero que os haya gustado; por mi parte, me divertí mucho escribiéndolo. ¡Un besazo!
martes, 28 de enero de 2014
Proyecto Adictos a la Escritura: Escritura Sorpresa
¡Hola!
Feliz año y todas esas cosas que no he podido decir antes. Espero que hubierais
pasado unas estupendas fiestas. Estreno el blog este año 2014 con un proyecto
de Adictos a la Escritura “Escritura sorpresa”, que consiste en elegir una foto
y ésta trae consigo un género sobre el que debe ir la historia que, a su vez,
tendrá que ver con la foto elegida. En mi caso fue el género romántico. ¡Espero que os guste!
Boulangerie-Patisserie
Marianne era una pequeña pastelería ubicada en el Barrio
Latino de París, con más de cincuenta años de dedicación a la repostería
francesa. Una jovencísima Marianne Fournier logró sacarla adelante en medio de
una durísima posguerra que había asolado Europa tras la caída de Berlín en la
Segunda Guerra Mundial. De familia pastelera, Marianne sacó partido a su amplia
experiencia y devolvió a su devastada familia su sustento. Pero eso es otra
historia.
Sesenta años después,
Marianne Fournier murió dejando tras de sí un negocio totalmente quebrado por
la crisis y un reguero de deudas que recayó sobre sus únicos descendientes: su
hijo Clément y su nieta Audrey. Todo lo que la joven Fournier de la posguerra
había levantado de la nada parecía haber muerto junto a ella, pero no fue así.
Audrey Fournier había heredado
el espíritu luchador de su difunta abuela y la pasión por la repostería. Por lo
que, reacia a abandonar aquello que tanto significó para su abuela, abandonó su
carrera en arquitectura técnica y decidió tomar las riendas del maltrecho
negocio. Sabía que la juventud parisina deseaba rescatar las mejores
tradiciones de su patria, un tanto olvidadas por la destructiva globalización,
y que los ancianos nostálgicos de aquellos “tiempos mejores” morían por
rememorar.
Por ello, decidió unir
en una sola carta los dos elementos más emblemáticos de su existencia: la
receta más cotizada y buscada de macarons de su abuela Marianne y sus conocimientos
de arquitectura que en tantos años había adquirido. Meses después, en todo
París ya era otra vez recordada Boulangerie
Marianne y ahora también conocida por su magnífico escaparate decorado con
monumentos históricos hechos en su totalidad con macarons.
Las noticias sobre
aquellas pequeñas edificaciones corrieron como la pólvora y todos acudían a esa
discreta calle cerca de Place Saint Michel sólo para descubrir qué nuevas obras
encontrarían esperándoles. Bien podían encontrarse con la torre Eiffel, la
catedral de Notre Dame o la Sagrada Familia de Barcelona; cada semana aparecían
nuevas figuras para que los clientes no la olvidasen tan deprisa.
Audrey solía encerrarse
en la parte trasera de la tienda a realizar sus obras mientras dos dependientas
atendían el negocio de cara al público. Pero esa semana, después de un año de
escrupuloso cumplimiento con su escaparate, iba a hacer una excepción y no
construiría ninguna figura. Tenía otra cosa en mente y debía ser perfecto, así
que mientras escuchaba el trasiego de los clientes al otro lado de la tienda,
echaba un tercer vistazo a un trozo de papel que tenía pegado en la campana de
su cocina y añadía el colorante a un recipiente. Ya tenía casi todo terminado y
no podía esperar a que llegara la hora de cerrar.
Cuando su deseo se
cumplió, se encontraba despidiéndose de sus dependientas mientras ella se
afanaba por ordenar el nuevo escaparate; unas cortinas opacas bloqueaban la
vista del exterior porque sabía que su cambio de escaparate se había convertido
en todo un espectáculo para los viandantes. Consultó su reloj y sacó de su
bolso un pequeño espejo para ver si todo en ella seguía en orden, justo en ese
momento la campanita que daba la bienvenida a su establecimiento sonó. Él ya
había llegado.
Se volvió hacia la
puerta y sonrió; él le devolvió la sonrisa con la misma intensidad. Frédéric
era su novio desde hacía un año y cada día que pasaba junto a él sentía que sus
sentimientos eran tan intensos como la primera vez. Él dejó el casco de su moto
en el mostrador y se acercó a ella para saludarla con un largo beso. Nunca se cansaría
de su forma de besarla.
- —Bueno, ¿y a qué se debe que me hayas
hecho venir hasta aquí? ¿Quieres torturarme?
- —Tengo una sorpresa para ti—contestó
ella sonriendo y añadió—. ¿Aún recuerdas cómo nos conocimos?
Vio cómo asentía y notó
que sus ojos brillaban al recordarlo. Ella le besó otra vez antes de deshacerse
de sus brazos y acercarse al escaparate. Tomó entre sus manos una bandeja que
había tapado y la descubrió ante sus ojos. Vio cómo el rostro le cambiaba de un
gesto de expectación al de la pura sorpresa y ello le hizo sonreír. Pero no
pudo pensar en nada más porque fue repentinamente apretada contra sus brazos y se
encontró en el aire dando vueltas sólo sujetada por él.
- —¿Lo has hecho por mí? ¡Gracias, gracias!
¡Te quiero!
Ella le ordenaba entre
risas que la soltase por miedo a que la bandeja perdiese el equilibrio y se
cayese al suelo, pero entendía su alegría.
Recordaba también cómo
se conocieron. Había sido un día que ella había sorprendido con una figura de
la pirámide de Keops hecha con macarons y él había ido hasta allí en calidad de
reportero de un programa de sociedad de la televisión pública. La entrevistó y
congeniaron al instante, pero cuando ella le ofreció uno de sus famosos macarons,
rehusó y, con mucho pesar, le confesó que era celiaco y que solo podía mantener
una dieta sin gluten para poder encontrarse sano.
Aquello siempre les
dolió a ambos, ya que sentían que era una barrera que los impedía congeniar del
todo. Pero entonces descubrió que en varios supermercados comenzaban a comercializar
cientos de alimentos sin gluten, así que decidió cambiar ligeramente la receta
de su abuela para poder crear la primera partida de macarons y otros dulces sin
gluten que vendería a partir de ese día; al día siguiente a primera hora, los
parisinos encontrarían su escaparate lleno de bandejas de dulces sin gluten y
una invitación a probarlos gratis a todo el que gustase.
No se había dado cuenta
hasta que vio a Frédéric probar uno de los macarons que había vuelto a
conseguir unir dos aspectos importantes de su vida en uno solo: su amor por su
pastelería y el que sentía por Frédéric.
FIN.
Tuve mucha suerte al elegir la foto, ya que el género que me tocó fue el
romántico y no me costó nada que se me ocurriera algo decente. La verdad es que
no sé muy bien cómo se escribe el nombre de estos dulces franceses, pero para
no crear confusión con los macarrones, he decidido escribirlo así. Espero que
os haya gustado. ¡Un besazo!
miércoles, 27 de noviembre de 2013
Proyecto Adictos a la Escritura: Yo
¡Hola! Hacía muchísimo
tiempo que no me pasaba por aquí y me alegro de volver a retomar esta afición
que tantas alegrías me ha dado. El proyecto de este mes es YO, consiste en
escribir un relato desde el punto de vista de una persona del sexo opuesto al
nuestro y en primera persona. Espero que disfrutéis de mi pequeña aportación.
¡Un beso!
ADRENALINA
Era un día soleado y
los primeros resquicios de la primavera estaban empezando a asomarse. Consulté
el reloj que gobernaba la instancia y contemplé asqueado que aún no pasaba del
mediodía; hasta las dos no podría marcharme a casa.
Pero, como siempre, al mal
tiempo, buena cara. Preferí tomármelo con filosofía y comenzar la rutina
laboral con el mejor humor posible, los clientes lo merecían. Caminé por el
local silbando con alegría y saludando a todo el que entrara con un agradable
movimiento de cabeza; el día tenía que ser perfecto.
En ese momento,
apareció por la puerta el director de la sucursal bancaria y me saludó con la
misma educación que acostumbraba desde que empecé a trabajar aquí para el Banco
Popular. Llevaba más de un año de vigilante jurado en aquella céntrica sucursal
y no podía estar más cómodo en ningún otro sitio.
Una vez que el director
se internó en su despacho y comprobé que todo seguía el curso normal de un día
laborable, me mantuve al lado de la puerta de entrada, imperturbable, como si
la seguridad de aquel lugar fuera lo primordial en mi vida. Sin embargo, no era
así; lo único que a mi mente venía era el jugoso asado que seguramente me
esperaba en casa cuando por fin fuera liberado de mi obligación.
Tan enfrascado me
encontraba degustando mentalmente tal manjar, que tardé en percatarme de que
dos nuevos clientes habían accedido al banco. Me golpeé mentalmente en la
cabeza por andar tan distraído y les observé.
A simple vista,
parecían dos veinteañeros bien vestidos y formales, pero algo no terminaba de
encajarme en tal cuadro. Los observé más detenidamente, se les veía
especialmente nerviosos y muy pegados el uno al otro; como si cuchichearan. Uno
de ellos, vestido con un traje azul marino, miraba a ambos lados, como si
analizase cada rincón del lugar donde se encontraban; también reparó en mí tras
un simple vistazo y aquello disparó todas mis alarmas. Algo me decía que
aquello no iba a terminar bien.
De pronto, como en una
fracción de segundo, ambos individuos
desenfundaron armas y comenzaron a disparar al techo, asustando a los
diez clientes que se encontraban delante de ellos.
- —¡Todo el mundo al suelo, coño!—gritó el
joven vestido con un traje gris apuntando al joven bancario que tenía enfrente,
quien se había quedado paralizado.
Mi mente quedó en
blanco, no atendía a nada a su alrededor. Simplemente tenía que detener a aquel
par de bastardos antes de que ocurriera una desgracia. Una fuerte sensación de
temeridad embargó mi cuerpo y me llenó de fuerzas para cruzar el pasillo que me
separaba de ellos.
El hombre del traje
azul marino fue el que me encaró y se lanzó a por mí, dejando espacio a su
compañero para seguir intimidando a los clientes. No pensaba permitirlo, iba a
reducirlos en ese momento. Comencé a forcejear con el delincuente, era más alto
que yo, pero podría reducirlo sin problemas. Se notaba que no tenía experiencia
en pelea cuerpo a cuerpo como tenía yo en mis años en el servicio militar y que
la fuerza de su cuerpo no era comparable a la mía.
Lo tomé del brazo
derecho donde sujetaba su arma y lo obligué a ponerlo detrás de la espalda; así
logré que se le aflojase la mano y soltase el arma. La mandé lejos de una
patada.
Pero, de repente, un
fuerte golpe en el cuello, seguido de un repentino dolor que me sorprendió en
el proceso de reducción. Recuerdo haberme quedado estático, sintiendo el dolor
más espantoso e insoportable que había tenido en toda mi vida por toda mi cara;
la vista comenzó a nublárseme y noté cómo alguien me tiraba al suelo de muy
mala forma. Lo último que vi, antes de hundirme en la oscuridad fue el cañón de
una pistola apuntándome a la cara mientras oía gritos de terror cada vez más y
más lejanos.
Mis ojos se abrieron de
forma pesada y dolorosa. Lo primero que recibieron fue un fuerte color blanco
que me había hecho daño al mirar, noté cómo mis párpados se cerraban y abrían
varias veces hasta que lograba acostumbrarme a la luz y a la claridad.
Traté de moverme, pero
me encontraba tumbado y muy atolondrado como para saber qué hacía. De pronto, el sonido de
alguien acercándose llamó mi atención y me volví lentamente hasta encontrarme de frente con el
preocupado rostro de mi mujer. Entonces todo lo acontecido volvió a mi mente
con una fuerza que me sobrepasó: el sonido del gatillo apretado, los gritos
aterrorizados de los clientes, los insultos de los delincuentes.
Noté que mi mujer se
había acercado apresurada a la camilla y me obligaba a permanecer tumbado, la
obedecí. Me dolía tanto la cara a causa de mis acciones anteriores que no
hubiera podido oponerme aunque hubiera querido.
Iba a preguntar dónde
me encontraba y a qué se debía tanto dolor cuando entró un médico por la
puerta. Éste me examinó las pupilas y me hizo distintas preguntas que contesté
sin problema; después de indicarme que no había sufrido secuelas cerebral a
causa del impacto de la bala, me explicó lo que había ocurrido. La bala había
terminado alojada en mi boca llevándose a su paso varios nervios faciales y
había sido intervenido durante las últimas horas con urgencia y no había estado
estable hasta esta misma mañana.
Yo escuchaba todos los
términos médicos fingiendo un conocimiento que no tenía, hasta que finalmente
pregunté:
- —¿Qué fue de los atracadores? ¿Los
cogieron?
- —No se sabe nada todavía—contestó mi
mujer, quien sin darme cuenta había cogido mi mano—. Dicen que activaron la
alarma y huyeron en un coche que abandonaron poco después- después de darme esa
escueta explicación, comenzó a reñirme—. Eres un inconsciente. ¿Cómo se te
ocurre intentar reducir tú solo a dos hombres armados? Es que nunca cambiarás.
Yo sólo sonreí. Aquello
era algo propio de mí, pero me sentí más tranquilo al saber que nadie más había
resultado herido de aquel atraco. Orgulloso por mi hazaña, tomé las manos de mi
mujer y traté de hacerla sonreír, aunque en ese momento fuese una misión
imposible.
FIN. Espero que os haya
gustado. No estoy muy segura del final, creo que me ha quedado un tanto
abrupto, pero me quedaba sin espacio y no era capaz de cortar por ninguna
parte. Bueno, esta historia está basada en una historia real y es especial para
mí porque fue a mi abuelo al que le pasó hace más de treinta años en Madrid. Siempre
he pensado que es más propio de hombres dejarse llevar por la adrenalina en
situaciones límite y actuar sin pensar (en general, claro). Mi abuelo siempre
fue un hombre impulsivo y nunca renegaba de actuar cuando alguien le
necesitaba, por eso sé que, a pesar de ser su deber, no hubiera podido evitarlo
enfrentarse a ellos. ¡Gracias por leerme!
lunes, 25 de marzo de 2013
No sé qué
¡Hola a todos! Aunque parezca increíble, aquí estoy de vuelta al universo de adictos. Me había deprimido mucho con el cierre temporal de Adictos, pero gracias a la iniciativa de Dora, a última hora he decidido unirme al proyecto.
Este mes nos pedían un
secreto, y bueno, el mío es un tanto idiota e infantil, pero es el único que
tengo ahora mismo y, aunque me niego a compartirlo con mis amigas, os lo
confiaré a vosotros. Ya sabéis lo que se hacen con los secretos, ¿no? Shh…
¡Espero que disfrutéis!
NO SÉ QUÉ
Tiene algo, un no sé qué que hace que no pueda evitar
mirarle de reojo cada poco. Y no lo entiendo.
Cada tarde, como si de una fuerza extraterrestre se
tratase, mis ojos se despegan de la pantalla del ordenador para fijarse en su figura
y ahí suspendidos se quedan durante varios minutos. Pero sigo sin encontrar
explicación.
Porque no es un chico guapo, pero hay algo en su
forma de vestir clásica que es adictivo de mirar, algo en su pose de
intelectual que atrae como la miel, algo en su forma de teclear o mirar al
profesor que hace que una sonrisa coqueta sobresalga en mis comisuras.
Cada día, cuando llego a clase y lo veo, tengo más
claro que no es guapo físicamente, más bien es bastante feo, pero tiene ese
aire de bohemio británico que me encanta y me resulta fascinante. Algo
inexplicable que me provoca fantasías durante el resto del día y que la sonrisa
boba no desaparezca.
Es ridículo y lo sé. Cualquier persona que se
enterara de mis pensamientos pensaría que estoy loca y que no tengo criterio
con el género masculino, porque es feo y un completo empollón. Pero, sin
embargo, no puedo evitar que, cuando sus ojos se posan en mí o sus manos
acarician de forma amistosa mi brazo, provoquen un revuelo en mi interior que me
desordena por completo.
Será esa mirada profunda de chico inteligente o esa
extraña forma torpe de actuar con las chicas o simplemente esa chaqueta de
tweed británica que lleva puesta perfectamente planchada, como si fuera parte
de él. No lo sé, sólo sé que me vuelve loca.
Quizá debería decírselo alguna vez, pero no quiero.
Suena ridículo pero me da la sensación de que si lo expreso en voz alta, toda
la magia en la que le he envuelto sin que fuera consciente, desaparecería y
perdería la ilusión de contemplarle desde lejos.
Pronto se acabará la carrera y no nos volveremos a
ver, no merece la pena. Simplemente prefiero mirarlo de reojo por encima de la
pantalla del ordenador y fantasear con lo que podría ser y lo que no. Es como
un juego que entretiene las tardes aburridas en la universidad cuando desearía
estar haciendo otras cosas mejores.
Un juego tonto que me demuestra cada día que el
físico no importa, porque muchas veces una genuina personalidad puede absorber
los defectos exteriores para convertir a una persona en el ser más atractivo y
atrayente en el mundo. Es ese no sé qué que hace a muchas personas únicas y que
te hace pensar que el mundo está lleno de personas fascinantes que merece la
pena descubrir.
Hacen al mundo un lugar más interesante en el que
vivir… ¡Oh, mierda, me ha pillado mirándole, disimula! ¿Por qué se pondrá esa
gabardina que le sienta tan bien?
FIN.
He ahí mi estupidez. La
verdad es que yo no tengo secretos, nunca me avergüenzo de nada ni tengo nada
que ocultar, pero esto sí que me lo he guardado para mí y me parecía digno de
escribir lo que siento en letras.
Espero que os hayáis
divertido mucho que todos tengáis secretos tan tontos como el mío. ¡Un besito!
jueves, 27 de diciembre de 2012
Anastasia bajo el agua
¡Hola a todos! Mucho
tiempo sin publicar nada y ya era hora de hacerlo. El proyecto de este mes
consiste en tomar un título propuesto por otro compañero y desarrollar un
relato a partir de él. Le agradezco a Maga Delin por el suyo.
¡Espero que os guste!
El rugido de la desesperada masa de espectadores
llegó a sus oídos. Era un sonido que, aunque, en ocasiones, le arriesgaba a
perder el sentido del oído cada vez que se acercaba demasiado a ellos, nunca se
cansaba de él. Era como una droga de la cual necesitaba más y más:
- — ¡No
os oigo!—los alentaba más y éstos le respondían desgañitándose.
De pronto, con el rabillo del ojo, vio a su
asistente en escenario acercándose con su guitarra acústica en mano. Él la tomó
entre sus manos con sumo cuidado y se pasó la banda por detrás de su cabeza
ajustándola a su pequeño cuerpo.
Un solo foco invadió el espacio que él ocupaba,
quedando a oscuras todo lo demás. Todo a su alrededor quedó en silencio, sabían
a qué se anticipaban y él sonrió al ver lo eficientes que eran sus fans con su
lista de canciones.
Hizo vibrar las cuerdas de su guitarra, probando que
ésta respondiese a su ruego y miró a su público. Sonrió con dulzura, antes de
comenzar los primeros acordes de la canción más lenta y desgarradora de su
discografía.
Sólo el sonido acústico de su guitarra llenaba el
lugar, arrojando un eco lastimero que contagiaba a los espectadores. Pronto, su
voz grave y rasgada la acompañó, entonando la letra de su más conocida canción,
elevando la frecuencia en los tonos más desesperados y agravando la voz cuando
la letra se volvía más oscura.
Sentado en un largo taburete, se enfrentaba él solo
a aquella masa, la cual ni pestañeaba ante su imagen. Eran su voz y su guitarra
sin arreglar, sin edulcorar, como la primera vez que se enfrentó a un directo
ya muchos años atrás. Adoraba esa sensación y esa canción, por ello siempre se
enfrentaba con ella sin nada que le asistiera en el escenario más que su
micrófono y su más preciado instrumento.
Entonces el estribillo llegó y no pudo evitarlo,
derramó unas lágrimas que nunca era capaz de mantener a raya. Echó la cabeza
hacia atrás mientras tocaba el solo acústico sin su voz, pero no pudo evitar
que las pantallas del escenario captasen aquellas repentinas lágrimas. El
público también lloraba porque sabían lo que aquella canción significaba para
él.
Él volvió a tomar el micrófono con una de sus manos
y entonó el trágico estribillo que terminó de enmudecer la sala. Miró a todas
partes donde había audiencia, podía ver rostros enjugados en lágrimas, rostros
serios concentrados e incluso ojos cerrados en las primeras filas. Él también
cerró los ojos mientras su voz llenaba el lugar, la sensación era increíble
así.
Finalizó la canción dejando que su voz se explayara
sin ayuda de instrumento alguno. Era consciente que era admirado por la potente
fuerza de su voz y no decepcionaría a aquellos que allí le escuchaban.
Los aplausos no se hicieron esperar. Empezaron más
rezagados hasta que se convirtió en un estruendo uniforme y perfectamente
acorde. Él sonrió y las lanzó un gran beso al aire mientras trataba de
recuperarse de la emoción.
Aquella canción era su gran éxito, el motivo de su
reconocimiento musical y fama. Pero por otro lado, era una canción que le
provocaba un profundo pesar y deseaba cada día que se levantaba nunca haberla
escrito.
Notó cómo
volvía a sentir aquel ardor característico en los ojos que precedían a las
lágrimas. Aquellas lágrimas nunca eran de emoción como otras veces, eran de
simple y profunda desazón.
Lanzó un besó
al aire mientras pensaba en ella, la mujer más importante de su vida y
protagonista de aquella trágica canción: su madre.
Todas aquellas
personas conocían la nefasta muerte de su madre, intentando salvarle de morir
ahogado por un fuerte temporal en el mar. Pero nadie sabía nada acerca de lo
que vivió a partir de ese momento, lo que él sufrió y en cómo le convirtió en
la persona introvertida y paranoica que era.
Por eso, esa
canción era para ella. “Anastasia bajo el agua”, su canción maldita, era el
reflejo de todo el amor y la nostalgia que sentía cuando pensaba en ella y su
cariño.
- —¡Muchas
gracias, Londres! Nos veremos dentro de quinientos años ¡Buenas noches!
Con su típica
frase de despedida, provocando un gran revuelo entre el público, se marchó
mientras lanzaba su camiseta al vacío y un largo beso que conmocionó a todos,
dejando al resto de su banda despedirse con el habitual elenco de solos instrumentales
que siempre regalaban a sus seguidores como traca final.
FIN. Ha sido realmente
todo un reto escribir sobre este título. Desde el principio me pareció el
título de una canción por esa forma tan escueta y extraña que tiene, así que
opté por seguir ese camino. Me ha costado sudor y lágrimas poder hacer algo que
me pareciera decente y lo que aquí publico me parece que está dentro de mis
expectativas de publicación.
Esa frase de despedida la dijo un cantante de una orquesta que tocó en mi ciudad cuando era una niña y me llamó tanto la atención que decidí introducirla en el relato. Siempre me pareció de lo más curiosa.
Espero que os haya
gustado. ¡Un besazo!
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